En una ciudad grande pero chiquita, existía una persona muy singular. Ahora te diré por qué: La mayoría de nosotros tenemos un proceso en el día bastante similar; despertamos, olvidamos qué soñamos, nos da hambre, comemos, nos bañamos, salimos (o no), nos estresamos, nos da sueño, pensamos, pensamos, pensamos, nos agÜitamos, nos da insomnio, y así la vida... De repente ya pasaron los meses y nos damos cuenta que vivimos buscando una tranquilidad inexistente o un ideal lejano que soñamos sea real... Algún día.
Bueno pues, Betty, aquella Beatriz que conocí en la universidad, se parece mucho a nadie. Nunca sabré si vive en un sueño o si su realidad se basa en una energía extra-cotidiana que no comprendo. Había días en los que llegaba indiferente; a la gente, a las situaciones, al mundo, a ella misma. Otros días, llegaba con una emoción extraordinaria, que la llevaba al grado de ser la mejor de la clase, siendo la más participativa y la más lista de todos. A veces, era tan insoportable que me recordaba a mi prima menor de trece años. Una mujer bastante impredecible. ¿Cómo una persona que tengo tan cerca a diario, me puede parecer tan ajena? Definitivamente me cautivó, me carcomía la sensación de no saber cómo acercarme a ella por miedo a que empezara a gritar, a llorar, o a burlarse de mí. Mi falta de comprensión me llevó a hacer cosas que nunca pensé que haría. Un día la seguí saliendo de clases, quería ver si vivía en una casa común con una familia común. Iba en mi coche carcacha lentamente por la calle siguiéndola varias cuadras detrás, mientras ella caminaba en el tremendo caos de la ciudad. Caminaba tan campante y tan ensimismada, que parecía no escuchar el escándalo que la rodeaba. Subió a un autobús, lo seguí, ella bajo veinte minutos después cerca de un parque, caminó diez minutos más hasta que llegó a un edificio de oficinas. Entró y salió a los quince minutos llorando. Me fui.
Al siguiente día hice lo mismo al salir de clase, sólo que ésta vez, se dirigió a otro lugar más cercano. Era una casa con una pinta muy mexicana, entró, estuvo media hora y salió sonriente y de nuevo, campante y distraída. Así fue que la seguí durante cinco días consecutivos hasta que me percaté que lo que estaba haciendo era terrible, pero nadie lo sabía. Nunca supe dónde vivía Beatriz.
Al sexto día durante clases, Beatriz se acercó a mí. Me dijo que me parecía a un actor llamado Rod Steiger pero más flaco y joven. Me dijo eso, rió y se fue.