Este suceso no tiene fecha ni mapa, ni siquiera sé si es real, si existe en alguna parte de mi imaginación. No sé si lo soñé o lo recordé. Pero está de mas una razón para escribir, lo que importa es que existe un fugaz recuerdo de un mundo externo al nuestro.
Lugar boscoso, húmedo, abierto, lleno de enormes árboles.
Gente habitaba ahí, personas habían sido absorbidas completamente por ese mundo distinto, y lo dominaban. Todo aquél que llegaba ahí por la razón que fuera, tenía dos opciones; morir en el intento de descubrir y huir, o formar parte de aquella comunidad entregándose completamente a su sistema y a su gente. Estando ahí ya no había vuelta atrás.
Los extranjeros les llamaban "gente de los árboles" a las personas que llevaban ahí muchos años y que habían llegado a un nivel de percepción muy alto a comparación a los humanos comunes, su energía fluía con todo el cosmos y eran capaces de hacer cosas inimaginables con su cuerpo y la energía que los rodeaba. Eran parte natural de su hábitat y la dominaban junto con la naturaleza. Para ser una de esas personas debías haber nacido allí o haber dedicado más de 20 años al encuentro con los árboles y a tu propio ser como una energía elevada y perceptiva. Era un punto en el planeta Tierra en que todo lo escrito aquí era posible. Todo estaba tan vivo que causaba un temor inexplicable.
Los extranjeros se sentían observados constantemente y había casos en que llegaban a padecer síntomas de esquizofrenia sin razón congruente. Los más débiles morían, los más inteligentes sobrevivían y eran seducidos de una manera muy extraña por la gente de esa comunidad. Al principio, la gente de los árboles atentaba contra ellos, persiguiéndolos, matándolos. Ellos sólo podían defenderse con sus propias manos, correr y elevarse por los árboles, esconderse hasta que fueran encontrados, lo cual no tardaba más de dos o tres días; hasta entonces la gente de los árboles decidía si aquél extranjero era suficientemente honesto, humilde e inteligente para sobrevivir ahí, o de lo contrario lo mataban al instante. Era una situación que simplemente fluía; o en tu huida de los atentados te encontraban y morías, o te encontraba, te aconsejaban y te presentaban una parte importante de su gente.
Dentro de ese mundo, la mayoría del espacio eran árboles y plantas tan extrañas como su gente (o más), porque la naturaleza de ahí no podía ser vista en otra parte del planeta, biológicamente era imposible. Podías ver cómo los árboles respiraban y cómo el césped te acobijaba, cómo todo a tu alrededor te percibía como a tú a ellos.
Tengo vagos recuerdos sobre mi estancia ahí, lo primero que recuerdo es haber tomado un autobús a un estado de la República Mexicana, después, haber bajado de él en una explanada, y sentirme perdida, como en un sueño; de esos sueños en los que te pesa correr pero puedes brincar y avanzar elevándote de manera impensable. La gente con la que iba fue desapareciendo poco a poco. Llegando a ese lugar sólo podías pensar en ti, ya no podías confiar en nadie más, dependías de ti mismo y de tus instintos. Me escondí durante tres días dentro de distintos árboles, a la vez que iba recorriendo todo el espacio que veía, maté a un hombre a hachazos porque no tenía de otra, la sensación fue horrible y el hombre de aquella cabaña tardó mucho en morir. Era él o yo. Ese día había otra mujer en esa cabaña, de mi edad, igual de asustada, ahí mismo le pasé el hacha y le pedí que continuara el labor. Regresó a mi mente la desconfianza y corrí dejándola atrás. Poco a poco comencé a percibir a la gente que vivía en los árboles, eran individuos que parecían flotar en ellos, cada uno tenía su propio camino. Me encontró uno de ellos; un señor que era el padre de dos hijos, eran sabios, admirables y, a la vez, me causaban mucho temor. Me presentó a su primer hijo; alto y de aspecto militar, de aproximadamente 30 años; comenzó a darme un recorrido por casi todo el espacio, llegamos a la escuela de la comunidad, intenté perderme entre los jóvenes y las gigantes instalaciones, pero no había salida, me quedé mirando la biblioteca. Primero el hijo comenzó a ser demasiado atractivo de un instante a otro, sé que era a propósito, después el padre comenzó a serlo. De repente yo ya estaba convencida de querer pertenecer ahí, porque además estaba olvidando posibilidad alguna de regresar a casa, con el paso de las horas comenzaba a olvidar todo mi pasado... Como si mi vida hubiera comenzado en ese momento.
Empecé a comprender varias cosas acerca de la gente de ahí; la manera en que se movían era distinta, se veían más livianos y brillantes, parecían moverse con una fluidez envidiable, yo quería lograr esa energía en mi cuerpo y mente. Ahora todos parecían tener un aspecto positivo ante la vida. La mayoría tenía capacidades para avanzar rápidamente con un salto hacia delante, podían cruzar el río hasta el otro extremo. Yo aún me sentía pesada, intentaba pensar de manera "normal" pero no podía, había algo en el aire que no dejaba espacio a lo racional, todo lo percibía con el cuerpo y comencé a sentirme muy bien. Todo dejó de tener sentido y la vida se tornó excesivamente viva. Los colores eran más intensos y brillantes, los árboles eran tan grandes desde sus raíces, que podías permanecer en ellos mucho rato (tampoco tanto porque todos recurrían a ellos).
No sé exactamente cuántos años después, aquél mundo se empezó a desvanecer. Recuerdo muy bien que el primer indicio fue que la casa entre árboles naranjas (siempre en otoño) de una señora que llevaba ahí más vidas que años, comenzó a parecer un museo; de repente había gente tras un barandal observando aquél extraño hecho, mientras la señora seguía ahí... Pensé que ahora todo este espacio tan sagrado se volvería una exposición, acabarían con su magia y dominaría la mente racional. Sería el fin.